Este aspecto es muy relevante, y no sólo porque es esa gestión la que hace posible la utilización del agua en destino en las condiciones requeridas, sino también porque la eficiencia en la gestión es imprescindible para poder satisfacer la demanda de un recurso escaso. Y este tema de la gestión, como veremos, está más relacionado con la tecnología, la creatividad y la innovación.
La demanda de agua se produce en tres ámbitos diferentes: el agrícola, el doméstico y el industrial. En las zonas de clima mediterráneo -las de mayor producción agrícola del mundo-, la demanda agrícola de agua se sitúa a grandes rasgos en el entorno del 70 por ciento, por la necesidad de riego. Por su parte, las demandas doméstica e industrial se reparten el 30 por ciento restante, predominando una u otra en función del nivel de industrialización. Pero no suele ser raro un reparto del 50 por ciento para cada una, en términos generales.
En la eficiencia de la gestión del agua para la agricultura se han producido avances en los últimos tiempos, pero con aplicación limitada, y en general se sigue regando con criterios y métodos más que milenarios. Y eso, con los expertos diciendo - aun actualmente- que no más del 5 por ciento del conocimiento acumulado sobre regadío en los centros de investigación se aplica efectivamente en campo. Existe aquí por tanto un importante margen de mejora, y que tiene que ver con la innovación, es decir, con la capacidad de convertir en realidad productiva el resultado de la investigación aplicada.
En el ámbito industrial, el margen de mejora no es tan amplio, no sólo porque la demanda industrial de agua es menor que la agrícola, como ya hemos visto, sino también porque la industria ha venido ya mejorando tradicional y sostenidamente la eficiencia de su gestión. No obstante, requisitos cada vez más exigentes en la calidad de agua, tanto para su uso como para su retorno al medio, así como la necesidad de consumir menor cantidad de agua por unidad producida, obligan a innovar constantemente en nuevos procesos de tratamiento y depuración de aguas y de mejora de eficiencia en su uso.
Finalmente, en el ámbito urbano, en primer lugar, se da un esquema similar al industrial: requerimientos cada vez más exigentes tanto para la calidad del agua potable, como para la calidad del agua que se retorna al medio, y necesidad de reducir el consumo al mínimo imprescindible. Todo ello obliga a constantes innovaciones tecnológicas en los procesos de tratamiento y en el conocimiento de los hábitos de consumo (telelectura) para optimizarlo. Además, la protección de las ciudades contra inundaciones, en un clima cada vez más extremo, requiere también de nuevas tecnologías de previsión y de sistemas de drenaje más avanzados.
Adicionalmente, en segundo lugar, en el ámbito urbano ha irrumpido con fuerza el concepto de smart city, con un gran atractivo sobre políticos, responsables urbanos, empresas y colectivos diversos. El significado de este concepto no está aún completamente definido, pero su aplicación genera siempre una consecuencia central: el avance imparable de la tecnología, y los nuevos hábitos y capacidades sociales van a llevar a gestionar las ciudades de una manera radicalmente diferente a la actual.
Efectivamente, hay tres factores -facilidad de gestión de la información, reducción de costes y miniaturización de la tecnología, y nuevos hábitos sociales y de participación- que van a producir una transición del modelo clásico de gestión independiente y jerarquizada de cada uno de los servicios urbanos -transporte, energía, telecomunicaciones, agua, residuos,- a otro basado en la gestión de la ciudad como un todo. La tecnología está ya aportando soluciones que van en esa línea, aunque aún somos incapaces de vislumbrar hasta dónde se podrá llegar.
En consecuencia, en los tres ámbitos de la gestión del agua - agrícola, industrial y urbano-, se va a requerir un gran esfuerzo de innovación, de aplicación de nuevas tecnologías a nuevos problemas, en un contexto además de inmediatez e incertidumbre, como el que caracteriza los tiempos actuales. En Aqualogy vemos en ello una gran oportunidad. Y somos conscientes de que para conseguir resultados en este contexto es imprescindible un modelo colaborativo y con aportaciones de personas y tecnologías de muy diversa especialidad y naturaleza.
Se trata pues de un ámbito especialmente exigente en emprendimiento e innovación abierta. Y, por tanto, de un espacio donde el capital riesgo tiene mucho que aportar. Por eso, entre otras iniciativas, Aqualogy ha constituido junto con el CDTI el fondo de capital riesgo Vento, con un objetivo de inversión de 26 millones de euros en 5 años en start-ups tecnológicas con productos ya comercializables y orientados al ciclo del agua, el medioambiente y las smart cities, y ha seleccionado a Suma Capital como equipo gestor del fondo.
A través de este instrumento, Aqualogy espera potenciar el crecimiento de start-ups tecnológicas en los sectores mencionados, y no sólo mediante financiación, sino también aportando su amplia presencia y experiencia en la gestión del agua y el funcionamiento de las ciudades. Además, Aqualogy podrá conocer a través de esas start-ups otros sectores no habituales en su actividad, y la experiencia real de emprendimiento, factores que resultan clave para enfrentar con éxito esta nueva etapa de necesidad de innovación permanente.